Celia
De sus manos cayó el móvil, el señor al otro lado de la línea,la nombraba preocupado.
-¿Señorita?-Decía.
Salió de la habitación y se metió en el baño, cerró la tapadera del retrete y allí se sentó, a llorar.
Aquella inesperada llamada no se comparaba con lo que estaba apunto de llegar. No sabía el riesgo al que se estaba exponiendo; pues quien juega con fuego, se acaba quemando.
Celia comenzó a pensar en los últimos cinco años. Todo fue para ella como un complicado laberinto, lleno de cruces peligrosos sin salidas.
En el primer cruce, su padre tuvo que irse a trabajar muy lejos, pues la economía en casa no era del todo estable.
En el segundo, tras haber excavado dos años en las minas de las montañas más altas de Perú, el padre de Celia, murió. Las incesables horas extrayendo carbón en las profundidades de la mina, expusieron a Roberto en una complicada pulmonía, por la humedad y falta de aire.
En el tercero, tras el fallecimiento de su marido, la madre abandonó las fuerzas y se dedicó a la bebida; cervezas, cartones de vino, Jack Daniels,ect. Esto supuso que Celia saliera adelante, buscándose un pequeño trabajo en una peluquería e impartiendo clases particulares por las tardes, sacando adelante poco a poco a su hermano y a su alcohólica madre.
Consiguió salir de ese laberinto, pero no le quedaba mucho más para volver a entrar en él.
Lo paranormal y viajar eran sus mayores aficiones. Ella no sabía era que cambiarían su vida en un instante.
Celia no pensaba que fuera la primera elegida por el Estado para viajar al Castillo de Escocia; al fin y al cabo eran muchos chicos y chicas los que, como ella, se inscribieron en la página.
Al principio, la elección no suponía un problema, pues solo le parecía un divertido viaje del que luego sacaría hermosos recuerdos.
Después de que las noticias presentaran en todo el mundo que las elecciones anuales serían obligatorias, hubo algo que no encajaba y que, a la par, ponía los pelos de punta.
Esa esencia tan espeluznante no se hallaba tan solo en los oscuros confines del castillo, sino también en los planes que el Estado tuviera para todos aquellos muchachos.
Celia se levantó y se miró al espejo tratando de calmarse y de convencerse a sí misma de que todo iría sobre ruedas.
Abrió el grifo del lavabo y se echó un poco de agua, quitándose con un paño las gotas de maquillaje corrido por sus suaves y rojizas mejillas.
Rápidamente cogió algo de ropa y la metió en su bolso, salió de casa con el pijama puesto.
Dobló la esquina y paró a un taxi, se metió dentro.
Después de darle las indicaciones y de que el conductor la mirara mal por su aspecto descuidado, Celia llegó a la conclusión de que jamás volvería a pasar sola por una mala noticia.
Fue a buscar a su hermano y pasó esa noche con él.
Él era la única razón por la que Celia mantenía las fuerzas con su madre, únicamente para proteger a uno de los pocos amores de su vida, su hermano de trece años.
Cuando despertó, ella lo miraba con cariño y acariciaba sus mejillas, pues cuanto más lo observaba peor se sentía al tener que dejarlo en manos de aquella mujer.
Bajó a desayunar. Tomando un zumo bien frío y mirando atentamente el movimiento de las manecillas del reloj, Celia se preocupaba de que su madre, Aurora, llegara a casa.
-Tengo que salir cuanto antes.-Dijo.
Cuando se levantó para ponerse el abrigo y dejarle una despedida por escrito a su familia, alguien la detuvo.
-¿Por qué tienes que irte?.-Dijo su hermano.
-Javier, vuelve a la cama.-Contestó Celia besando su cabeza.
-Ya no tengo sueño.-Dijo él.
Celia suspiró y procedió a contarle todo lo que le sucedió tras recibir la inesperada llamada de ayer.
-¿Y cuándo te vas?.-Contestó Javier.
-No sé, ahora he de ir a un sitio en el que estoy citada por el hombre que me llamó. Seguro que querrán darme algunas indicaciones respecto el viaje.
Volvió a besar su cabeza y salió de casa, no antes de explicar lo mucho que lo quería y que no sabía si lo volvería a ver. Recomendó a su hermano tener mucha paciencia con mamá y, sobretodo, que esperara con muchas ganas a que volviera de aquel castillo.
Cogió otro taxi, esta vez un poco más arreglada que la anterior noche.
Conforme el vehículo se iba aproximando al lugar, más espeluznantes se veían las calles desde la ventanilla.
Celia dudó unos instantes, pues aquellos presentimientos que estaba sintiendo en aquel momento, no eran precisamente buenos.
Se decidió por bajar del taxi y utilizó el gps para recorrer las últimas calles, las cuales solo permitían el acceso a vehículos autorizados.
Una vez llegó al edificio, perpleja por la asombrosa estatura de este y lo cuan sofisticado era pese a estar en aquel extraño barrio, acudió a su interior.
La imagen desde dentro no tenía nada que envidiar a la que se observaba desde fuera, pues la elegancia que recorría cada pieza del edificio, se palpaba en todo rincón de este.
No obstante, algunas cosas sobrepasaban la expresión de la elegancia, es decir, eran tan pequeños pero tan grandes los detalles como aquellas rosas negras que brotaban de las cornisas y que recorrían las paredes, los negros sofás aterciopelados del recibidor y los negros cuadros, viéndose en ellos reflejados a un grupo de hombres y de mujeres de aspectos serios, que también portaban negras vestimentas; que era fácil pensar en aquel edificio de manera en que se pusiera el bello de punta.
Celia se sentía de esa forma, embelesada por la hermosa organización de aquel lugar, pero horrorizada por aquellos elementos negros, que tan malas pintas inspiraban.
En una ancha mesa igual a aquellas que podemos encontrar en los recibidores de grandes oficinas, una administradora miraba a Celia, sin asombrarse de que aquella chica hubiera entrado en aquel lugar, pues ya estaba esperando su visita.
-Señorita.-Dijo la mujer.
Celia alargó los pasos hasta ella y se quedo mirando, si saber que decir.
-Señorita.-Volvió a repetir la mujer.
Rubia, con moño y con unos preciosos y brillantes ojos azules, la administradora apretó un botón y se colocó un mechón de pelo tras las orejas.
-¿Qué pasa?.-Se atrevió a preguntar Celia.
-No se preocupe, enseguida bajará.
-¿Quién bajará?
La administradora, sin responder a la pregunta, salió de aquella mesa y, con sus largas y morenas piernas, se metió en otra habitación.
Tras unos minutos esperando, desde una de las altas escaleras por las que volvían a asomar un montón de aquellas negras rosas, un hombre, de porte sería, vestimenta negra e indiscutible elegancia, bajaba.
Celia se frotó las manos contra la camiseta, pues estas, sudorosas, estrecharían la mano de aquella persona, la cual, sentándose en el sofá de terciopelo, comenzó a hablar.
-Bien, vamos a dejarnos de gilipolleces.-Dijo el hombre.-Mi nombre es Kieran, Kieran Read.
-Encantada.-Contestó ella.
-Me alegra que te encante conocerme, porque a mi no me alegra conocerte a ti.-Paró para acariciar nerviosamente su castaña barba.-Y ahora sin más dilación, procedo a contarte la historia. Ya sabes que eres la primera elegida para ir al castillo de Escocia, bien, pues fuiste gilipollas.
-¿Perdona?.-Dijo Celia perpleja.
-Lo que oyes.-Dijo.
-De saber que esto sería obligatorio, ni en broma se me habría pasado por la cabeza el apuntarme a esta pedazo de mierda.
-Continuo.-Dijo él.-El Estado manda a un especialista a cada elegido, es decir, que voy a ser la persona que te prepare durante el viaje, para que ganes ese asqueroso concurso. Ahora bien, te guste o no, vas a obedecer mis órdenes en todo momento.
Celia se levantó del sofá.
-Ni de broma.-Negó.
-Mira, yo ni siquiera sé el fin por el que están haciendo esto, se supone que es información confidencial. Sin embargo hay algo que sé muy bien, estas obligada a hacer esto y yo también.
-Pues me escapo.-Dijo ella.
-Si te escapas, te buscarán y te harán mucho daño.-Dijo Kieran.-El viaje se realizará pasado mañana, tienes que llevar en la maleta lo que te ponga en este papel que te voy a dar. Dicho esto, me voy, que estoy hasta los huevos del día que llevo.
Aquel hombre, de ojos verdes y anchos hombros, le entregó el papel a Celia y, despareció subiendo por las escaleras de las que había bajado.
Celia, más asustada que antes, salió del edificio, tratando de responderse algunas preguntas, que habían quedado sueltas en su cabeza tras aquella conversación.
¿Un especialista? ¿Para qué? ¿Para qué se necesitaba un especialista en un viaje?
Después de un rato deliberando la mejor respuesta, volvió a casa para comenzar a hacer las maletas.
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